En esos instantes, no podía dejar
de evocar el recuerdo de aquella primera vez que se encontraron en aquel
restaurante italiano. Aquella cita a ciegas. Aquella locura que aún no sabía cómo
se había atrevido a aceptar. Se había reído hasta entonces de ese tipo de citas,
de ese tipo de personas que se citaba sin saber nada de la otra e incluso, en el taxi de camino al restaurante,
se pellizco un par de veces para cerciorarse que aquello no era un sueño y que lo estaba viviendo realmente, para cerciorarse de que era su cuerpo
el que se dirigía a ese restaurante y no era una enajenación mental transitoria.
Pero aquella sensación se
desvaneció, tan pronto le dijo al “maitre” que su mesa era la que Virginia
Sánchez había reservado y éste le indicó que ya se encontraba acomodada y
esperando; dando paso a una mezcla de vértigo y euforia a partes iguales.
Indicó al “maitre” que no
necesitaba ayuda pues no dejaría nada en el ropero. A continuación, le siguió por
el pasillo que dibujaban las mesas, aún medio vacías pues era una hora temprana
para cenar, hasta una zona algo más apartada y tranquila. Y se encontró con sus
ojos. Unos ojos grandes y azules como el mar, que la atrajeron con la misma
fuerza que rompen las olas en los acantilados los días de mar gruesa.
Por mucho que siempre ha
intentado recordar aquellos instantes, jamás podrá explicar cómo se acontecieron los segundos
embriagadores que transcurrieron hasta que se acomodó a la mesa. Esa mirada
dulce que sin palabras le habló a voces y le dijo tantas cosas. Aquella paz y
esa energía que le transmitieron, bien pudieron haber movido su silla hasta dejarla
en su lugar exacto alrededor de la mesa, con total delicadeza y como si de una liviana
pluma se tratara.
Fueron unos instantes eternos. En
los que pudo percibir, como si todo se ralentizara y se sucediera a cámara lenta, que en el rostro, que tenía en frente, se dibujaba una sonrisa
que adornaba más aún la armónica belleza de aquella mirada. Sintió en seguida, el
tacto de sus manos que se unían con las de ella, pero las sintió como si fueran ajenas a
su cuerpo y siguieran un ritmo hipnótico
marcado, sin duda por su mirada.
Fue siendo consciente poco a poco
de que su sonrisa le respondía. Seguro que era la sonrisa más boba que jamás
había puesto en su vida, pero sin la
menor duda, la más feliz hasta aquel instante.
Perdió la noción del tiempo, el
sentido de la orientación, la conciencia con el resto del mundo y solo, en esos
instantes, fue esencia y espíritu para ella. Sintió que solo respiraba gracias
a ella, pero que al mismo tiempo ese aire que le llegaba a lo más hondo de su
ser era solo por y para ella. Desde ese momento todo de sí ya le pertenecía.
Pudieron haber sido horas, quizás
semanas o quién sabe si siglos, los que pasaron mirándose sin hablar, diciéndose
lo que no se puede decir con palabras. Sumergiéndose dentro de cada una de sus
miradas. Como nadando en unas aguas cálidas y transparentes, que bañaban unos
arrecifes de coral de múltiples colores, que formaban pequeñas islas de verde azulado
en sus alegres pupilas.
- Bueno, ¿Entonces de veras que no te importa? –
balbuceó a duras penas.
¡Tan solo se habían “conocido”,
hablando por un chat, no hacia ni siquiera una semana! Les habían dado las tantas
de la mañana compartiendo confidencias y encontrando innumerables afinidades en
un par de madrugadas. Bastaron algunos “whatsapps” más y tan solo una llamada, para
que ella propusiera quedar para verse. A ciegas. Sin fotos. Solo al ánimo del sonido de sus voces y sus risas, acompañadas con sus emoticones y sus
corazones latiendo por internet a golpe de megabyte. Le había explicado que era
diferente y ella había ratificado esas palabras – claro que eres diferente, por
eso quiero invitarte a cenar. Y pago yo, insisto – No pudo resistirse y aceptó.
Pudiera ser que toda la magia de aquellas madrugadas se pudiera borrar de un
solo plumazo tan pronto se encontraran y estuvo a punto de cancelar el encuentro. Ahora ya estaban frente
a frente. Cara a cara. Sin trampa ni cartón. Pero ella no dio tiempo a que albergara
ni la más mínima duda.
- Quiero pasar el resto de mis días contigo – respondiendo ella así a su pregunta.
Se quedó unos instantes sin poder
hablar y finalmente dijo:
- Es la proposición más maravillosa que me han hecho
jamás – mientras la emoción casi no le dejaba salir la voz.
- La vida está llena de sorpresas y quiero
vivirlas contigo – añadió – tú lo dijiste, eres diferente y eso te hace más
interesante a mis ojos.
- Me gustaría contarte lo que he omitido hasta
ahora acerca de mí. No quiero que haya más “secretos” o partes suprimidas desde
este momento, por mi parte. – Ella asintió con una sonrisa – Pero me encantaría que fuera en un lugar más
tranquilo. Si… si a ti te parece bien.
Con un movimiento de mano ella avisó
al “maitre”.
- Bueno era mi invitación y por supuesto pago yo. –
le dijo con un tono que no daba lugar a replica, mientras se acercaba el “maitre”
a su mesa – Por favor, la cuenta. Tenemos prisa. Si es tan amable me trae mis
cosas – y le entregó una ficha del ropero.
No se había quitado la chaqueta
al entrar. Tan embriagador había sido el encuentro que no reparó en si el calor
que sentía era por exceso de ropa o por exceso de emociones. La noche no era demasiado
fría y no se hacía preciso un abrigo pero posiblemente ella sí lo hubiera traído,
en previsión de que refrescara y lo habría dejado en el ropero.
Siguieron mirándose como flotando
en la atmosfera embriagadora que aquel encuentro había creado y disfrutando de
la magia que les envolvía.
El “maitre” llegó por detrás – ¿Necesita
ayuda con la silla? – preguntó.
Entonces sonrió, para decirle que
era muy amable, pero que no necesitaba ayuda para mover su silla de ruedas de camino
a la salida, que lo podría hacer de la misma forma que había entrado. Pero, sin ni siquiera darle tiempo a girarse,
vio por uno de sus costados cómo llegaba otra silla, también de ruedas, vacía.
- No, gracias. Puedo yo sola. – le respondió ella.
Sus miradas se clavaron aún más.
A la vez que reían, reían a carcajadas por la situación y reían de felicidad. Cuando
pararon, ella le dijo:
- La vida está llena de sorpresas, ¿Recuerdas?. –
rió de forma burlona, mientras movía sus dedos índice y corazón unidos para dar mayor
sentido a su frase - Quiero vivirlas contigo.
No dejó de reír, mientras movía su cabeza de un lado a otro como sacudiéndose la incredulidad que la situación había generado. Esperó
a que ella se acomodara en su silla, no sin perder detalle, y constatar que
tenía unas piernas preciosas. Vestía una falda por encima de la rodilla y unos zapatos
de piel de ante que hacían juego con su chaqueta. Se acomodó una pierna cruzada
encima de la otra en una pose muy sexy. Entonces exclamó a modo de respuesta:
- ¡Eres toda una dama!. Por favor, delante de mí.
Yo te sigo.
Salieron del establecimiento y se
quedaron en medio de la acera, rueda con rueda, mirando de frente a la hilera de
coches aparcados, algunos en doble fila. No había hueco por donde pasar con sus
sillas para intentar parar a algún taxi. Entonces se miraron y se agarraron de
la mano de nuevo.
- No puedo esperar más a besarte.- tiró de su mano
suavemente y la atrajo hasta que sus labios se encontraron se unieron en un
beso largo y lento – Y ahora voy a ver si el aparcacoches nos puede pedir un
taxi o quiere seguir viendo como se besan dos cojas en medio de la calle.
* * * * * * * * * * *
No. no podía dejar de recordar
ese momento. Tan lleno de magia. Tan lleno de amor. Aquel momento, que fue el comienzo
de una historia, que le llevaba a estar ahora mirándose al espejo, agarrada a
las barras de las ruedas de su silla, haciendo su sueño realidad. Poder
vestirse de largo y blanco para casarse con la mujer que amaba. A duras penas
contenía las lágrimas. No quería echar a perder el maquillaje. ¡Pero era un
momento tan bonito!. ¡Tan feliz!. Que el corazón no le cabía en el pecho y amenazaba
con salirse a través de su escote palabra de honor.
La vida le había sido esquiva en
otro tiempo. Primero tuvo que enfrentarse a una condición sexual diferente a la
aceptada por la sociedad. Ella, tan romántica, siempre soñó con casarse vestida
de blanco y de largo. Ni mucho menos con un príncipe azul, pero si con su
princesa. Pero le parecía como un sueño inalcanzable. Luego, eso ya no importó.
Tras el accidente, la vida te marcaba otras prioridades. Hubo de adaptarse a
vivir de otra forma. Ni mejor ni peor, solo diferente. Todo en su vida había
sido diferente al resto de los comunes mortales.
Y cuando menos lo esperaba, cuando
creía que su destino estaba marcado para ser otro muy distinto al que ella
hubiese deseado, apareció Virginia para llenar su vida de luces y fuegos
artificiales, de arcoíris y sobre todo, sobre todo, de vida.
El destino había decidido darles
una segunda oportunidad para ser felices. Para ser más felices de lo que ellas hubiesen
imaginado, a tenor del camino que sus vidas habían tomado por unos estúpidos
accidentes y por amar de una forma diferente a como la sociedad había decidido
que las personas debían amarse.
Retiró con la punta de un pañuelo
la única lágrima que no pudo contener, con mucho cuidado de no estropear el maquillaje,
mientras volvía a la realidad de las voces de la gente que le rodeaba en aquel
lugar donde, era ella esta vez y no otra, la que blanca y radiante iba de novia.
¡Ahora sí que por fin se podía
decir que su vida andaba sobre ruedas!
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